miércoles, 18 de agosto de 2010

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Frank no tenía hielo para ponerle al bourbon. Sus manos estaban temblorosas, y el vaso parecía que se le iba a caer encima de la cama de un momento a otro.
Mientras observaba la etiqueta de la botella, la dejó en la mesilla de noche.
Silvia entraba y salia de la habitación, como poseída, mientras iba tirando prendas de ropa por todos lados. Su cabello estaba despeinado, y sus ojos eran una mezcla de máscara de pestañas y lágrimas.
Escupía fuego por la boca, mientras Frank daba un sorbo a su bourbon caliente y miraba la etiqueta de la botella. Quería desaparecer.
Las cosas no iban bien en la pareja. Frank se lió con una chavalita de 18 años la noche pasada, después de su actuación en el Apple Barrel. Estaba hastiado de su vida en pareja, y el alcohol y la belleza de aquella chavalita no le hicieron dudar demasiado a la hora de echarle un polvo en la parte trasera del escenario del club.
Probablemente era la primera vez que la chica lo hacia con alguien, y la fuerza con que Frank se la tiró, le hicieron salir llorando del garito, una vez Frank acabó con ella. Una amiga de la pareja se encontraba esa noche en el concierto, y se lo contó a Silvia.
A Frank le daba igual. Su música empezaba a desinteresar cada vez mas al público, interesados en los nuevos sonidos de la gran ciudad, eléctricos y bailables.
Frank seguía contando las viejas canciones de desamor y venganzas pasionales. La mayoría de la gente solo quería bailar y pasarlo bien, y ya no se interesaban tanto como antaño en las letras de soledad y tristeza del viejo blues.
Por otro lado, el amor que sentía por Silvia había casi desaparecido, ya no la deseaba como cuando eran adolescentes, y le temblaban las piernas cada vez que Silvia le silbaba desde la puerta de su casa, y el la oía desde su habitación, a través de la ventana de su dormitorio.
Entonces el bajaba a verla, con unos nervios horrorosos y la llevaba a merendar tarta de manzana casera en el Gardens Pie Café, con los cuatro duros que ganaba en su trabajo de campo, y acababan en el granero familiar de detrás de casa, donde le hacía el amor.
Incluso le dedicó la canción "Love Blues" que compuso una noche fría de Noviembre, cuando ni la tisana que le preparó su abuela Avis, le dejaba dormir, pensando en su amada. Todo eso había desaparecido, y ahora sentía solo un vacío existencial y depresión por su vida en matrimonio, y la desdicha de una economía que solo se mantenía a flote si Ingram, Jack o Connor le dejaban actuar en su garito, por cuatro perras y una botella de bourbon barato.
Deseaba, anhelaba volver a vibrar con la música, a desear una mujer, a sentirse lleno de vida, y pensaba seriamente abandonarlo todo, incluso al hijo que esperaba de Silvia, fruto de un intento desesperado por encontrar de nuevo el amor con la mujer de su vida.
Mientras Silvia seguía gritando, revolviendo los cajones del dormitorio, y rompiéndole sus viejos discos de blues, Frank cogió su guitarra y el bourbon, con la mirada perdida, y se dirigió a la puerta de la casa para caminar, dejándose llevar por su embriagadez, quizás, a un lugar donde la vida tuviera sentido o por lo menos, fuera soportable.